EL
SEPULTURERO
Una vez,
mientras yo estaba enterrando a uno de mis egos, se acercó a mí el sepulturero,
para decirme:
-De
todos los que vienen aquí a enterrar a sus egos muertos, sólo tú me eres
simpático.
-Me
halagas mucho -le repliqué-; pero, ¿por qué te inspiro tanta simpatía?
-Porque
todos llegan aquí llorando -me contestó el sepulturero-, y se van llorando;
sólo tú llegas riendo, y te marchas riendo, cada vez.
EL LOCO
Me
preguntáis cómo me volví loco.
Fue así:
Un día, mucho antes de que naciesen varios dioses,
desperté
de un profundo sueño y hallé que se habían robado
todas
mis máscaras, las siete máscaras que modelé y usé
durante
siete vidas.
Y ya sin
máscara, corrí por las populosas calles gritando:
"¡Ladrones!...
¡Ladrones!... ¡Malditos ladrones!".
Hombres
y mujeres se rieron, y algunos corrieron a sus
casas
temerosos de mí.
Y cuando
llegué a la plaza pública, un joven, desde lo alto
de un
tejado gritó: "¡Es un loco!". Alcé la vista para mirarlo,
y el sol
besó mi desnudo rostro por vez primera.
Por vez
primera el sol besó mi desnudo rostro y mi alma
se
inflamó de amor por el sol, y nunca más deseé mis máscaras.
Como en
éxtasis, clamé: "¡Benditos, benditos los ladrones que
robaron
mis máscaras!".
Así fue
como me volví loco.
Y en mi
locura hallé libertad y salvación: la libertad del
aislamiento
y la salvación de ser comprendido. Los que nos comprenden esclavizan algo en
nosotros.
Empero,
evitad que me vuelva orgulloso de mi salvación.
Ni el
ladrón en una cárcel está a salvo de otro ladrón.
AMIGO
MÍO
Amigo
mío... yo no soy lo que parezco. Mi aspecto exterior no es sino un traje que
llevo puesto; un traje hecho cuidadosamente, que me protege de tus preguntas, y
a ti, de mi
negligencia.
El
"yo" que hay en mí, amigo mío, mora en la casa del silencio, y allí
permanecerá para siempre, inadvertido, inabordable.
No
quisiera que creyeras en lo que digo ni que confiaras en lo que hago, pues mis
palabras no son otra cosa que tus propios pensamientos, hechos sonido, y mis
hechos son tus propias esperanzas en acción.
Cuando
dices: "El viento sopla hacia el oriente", digo: "Sí, siempre
sopla hacia el oriente"; pues no quiero que sepas entonces que mi mente no
mora en el viento, sino en el mar.
No
puedes comprender mis navegantes pensamientos, ni me interesa que los
comprendas. Prefiero estar a solar en el mar.
Cuando
es de día para tí, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo, todavía
entonces hablo de la luz del día que danza en las montañas, y de la sombra
purpúrea que se abre paso por el valle; pues no puedes oír las canciones de mi
oscuridad, ni puedes ver mis alas que se agitan contra las estrellas, y no me
interesa que oigas ni que veas lo que pasa en mí; prefiero estar a solas con la
noche.
Cuando
tú subes a tu Cielo yo desciendo a mi infierno. Y aún entonces me llamas a
través del golfo infranqueable que nos separa: " ¡Compañero!
¡Camarada!" Y te contesto:
"
¡Compañero! ¡Camarada!, porque no quiero que veas mi Infierno. Las llamas te cegarían,
y el humo te ahogaría. Y me gusta mi Infierno; lo amo al grado de no dejar que
lo visites. Prefiero estar solo en mi Infierno.
Tu amas
la Verdad, la Belleza y lo Justo, y yo, por complacerte, digo que está bien, y
simulo amar estas cosas. Pero en el fondo de mi corazón me río de tu amor por
estas entidades. Sin embargo, no te dejo ver mi risa: prefiero reír a solas.
Amigo
mío, eres bueno, discreto y sensato; es más: eres perfecto. Y yo, a mi vez,
hablo contigo con sensatez y discreción, pero... estoy loco. Sólo que enmascaro
mi locura. Prefiero estar loco, a solas.
Amigo
mío, tú no eres mi amigo. Pero, ¿cómo hacer que lo comprendas? Mi senda no es
tu senda y, sin embargo, caminamos juntos, tomados de la mano.
LAS
SONÁMBULAS
En mi
ciudad natal vivían una mujer y sus hija, que caminaban dormidas.
Una
noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron
dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la
madre habló primero:
- ¡Al
fin! -dijo-. ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti, que destrozaste mi
juventud, y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo
deseos de matarte!
Luego,
la hija habló, en estos términos:
- ¡Oh
mujer odiosa, egoísta .y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo!
¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita! ¡Desearías que
estuvieras muerta!
En aquel
instante cantó el gallo, y ambas mujeres despertaron.
-¿Eres
tú, tesoro? -dijo la madre amablemente.
-Sí; soy
yo, madre querida -respondió la hija con la misma amabilidad.
LOS DOS
ERMITAÑOS
En una
lejana montaña vivían dos ermitaños que rendían culto a Dios y que se amaban
uno al otro.
Los dos
ermitaños poseían una escudilla de barro que constituía su única posesión.
Un día,
un espíritu malo entró en el corazón del ermitaño más viejo, el cual fue a ver
al más joven.
-Hace ya
mucho tiempo que hemos vivido juntos -le dijo-. Ha llegado la hora de
separarnos. Por tanto, dividamos nuestras posesiones.
Al oírlo,
el ermitaño más joven se entristeció.
-Hermano
mío -dijo-, me causa pesar que tengas que dejarme. Pero si es necesario que te
marches, que así sea. Y fue por la escudilla de barro, y se la dio a su
compañero, diciéndole
-No
podemos repartirla, hermano; que sea para ti.
-No
acepto tu caridad -replicó el otro-. No tomaré sino lo que me pertenece.
Debemos partirla.
El joven
razonó:
-Si
rompemos la escudilla, ¿de qué nos servirá a ti o a mí? Si te parece, propongo
que la juguemos a suerte.
Pero el
ermitaño persistió en su empeño.
-Sólo
tomaré lo que en justicia me corresponde, y no confiaré la escudilla ni mis
derechos a la suerte. Debe partirse la escudilla.
El
ermitaño más joven, viendo que no salían razones, dijo:
-Está
bien: si tal es tu deseo, y si te niegas a aceptar la escudilla, rompámosla y
repartámosla.
Y
entonces el rostro del ermitaño más viejo se descompuso de ira, y gritó:
- ¡Ah,
maldito_ cobarde! no te atreves a pelear, ¿eh?
LOS SIETE EGOS
En la
hora más silente de la noche, mientras estaba yo acostado y dormitando, mis
siete egos sentáronse en rueda a conversar en susurros, en estos términos:
Primer
Ego: -He vivido aquí, en este loco, todos estos años, y no he hecho otra cosa
que renovar sus penas de día y reavivar su tristeza de noche. No puedo soportar
más mi destino, y me rebelo.
Segundo
Ego: -Hermano, es mejor tu destino que el mío, pues me ha tocado ser el ego
alegre de este loco. Río cuando está alegre y canto sus horas de dicha, y con
pies alados danzo sus más alegres pensamientos. Soy yo quien se rebela contra
tan fatigante existencia.
Tercer
Ego: - ¿Y de mi qué decís, el ego aguijoneado por el amor, la tea llameante de
salvaje pasión y fantásticos deseos? Es el ego enfermo de amor el que debe
rebelarse contra este loco.
Cuarto
Ego: -El más miserable de todos vosotros soy yo, pues sólo me tocó en suerte el
odio y las ansias destructivas. Yo, el ego tormentoso, el que nació en las
negras cuevas del infierno, soy el que tiene más derecho a protestar por servir
a este loco.
Quinto
Ego: -No; yo soy, el ego pensante, el ego de la imaginación, el que sufre
hambre y sed, el condenado a vagar sin descanso en busca de lo desconocido y de
lo increado... soy yo, y no vosotros, quien tiene más derecho a rebelarse.
Sexto
Ego: -Y yo, el ego que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos
y ansiosa mirada va modelando los días en imágenes y va dando a los elementos
sin forma contornos nuevos y eternos... Soy yo, el solitario, el que más
motivos tiene para rebelarse contra este inquieto loco.
Séptimo
Ego: - ¡Qué extraño que todos os rebeléis contra este hombre por tener a cada
uno de vosotros una misión prescrita de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno
de vosotros, un ego con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un
propósito fijo: soy el ego que no hace nada; el que se sienta en el mudo y
vacío espacio que no es espacio y en el tiempo que no es tiempo, mientras
vosotros os afanáis recreándoos en la vida. Decidme, vecinos, ¿quién debe
rebelarse: vosotros o yo?
Al
terminar de hablar el Séptimo Ego, los otros seis lo miraron con lástima, pero
no dijeron nada más; y al hacerse la noche más profunda, uno tras otro se
fueron a dormir, llenos de una nueva y feliz resignación.
Sólo el
Séptimo Ego permaneció despierto, mirando y atisbando a la Nada, que está
detrás de todas las cosas.
LA NOCHE
Y EL LOCO
Soy como
tú, ¡oh Noche!, oscuro y desnudo; camino por la flameante senda que está por
encima de mis sueños diurnos, y siempre que mi planta toca la tierra brota de
ella un roble.
-No; no
eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún te vuelves a ver cuán grande es la huella de
tus pasos en la arena.
-Soy
como tú, ¡oh Noche!, silente y profundo, y en el corazón de mi soledad yace una
diosa en trabajo de parto; y en el ser que de ella está naciendo el Cielo toca
al infierno.
-No; no
eres como yo, ¡oh Loco!, pues te estremeces aún antes de sentir el dolor, y el
canto del abismo te aterroriza.
-Soy
como tú, ¡oh Noche!, salvaje y terrible; pues mis oídos perciben los gritos de
naciones conquistadas y suspiros de olvidadas tierras.
-No; no
eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún consideras a tu pequeño ego un compañero, y
no puedes ser amigo de tu monstruoso ego.
-Soy
como tú, ¡oh Noche!, cruel y terrible, pues mi pecho está alumbrado por barcos
que arden en el mar, y mis labios están húmedos de sangre de guerreros
degollados.
-No; no
eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún está en tí el anhelo de encontrar a tu alma
gemela, y no has llegado a ser ley para ti mismo.
-Soy
como tú, ¡oh Noche!, gozoso y alegre; pues quien mora en mi sombra está ahora
ebrio de vino virgen, y quien me sigue va pecando con regocijo.
-No; no
eres como yo, ¡oh Loco!, pues tu alma está envuelta en el velo de los siete
pliegues, y no llevas en la mano el corazón.
-Soy
como tú, ¡oh Noche!, paciente y apasionado; pues en mi pecho están enterrados
mil amantes muertos, envueltos en sudarios de marchitos besos.
Loco,
¿de veras piensas que eres como yo? ¿Te pareces a mí? ¿Puedes cabalgar en la
tempestad como un potro salvaje, y asir el relámpago cual si fuera una espada?
-Sí;
como tú, ¡oh Noche!, como tú, soy poderoso y alto, y mi trono se asienta sobre
montañas de dioses caídos; y también ante mí desfilan los días para besar la
orla de mi veste, sin atreverse a mirarme al rostro.
-¿Piensas
que eres como yo, tú, el hijo de mi más oscuro corazón? ¿Puedes pensar mis
indómitos pensamientos y hablar mi vasto lenguaje?
-Sí;
somos hermanos gemelos, ¡oh Noche!; pues tú revelas el espacio, y yo revelo mi
alma.
ROSTROS
He visto
un rostro con mil semblantes, y un rostro que tenía sólo un semblante, como si
estuviera contenido en un molde inmutable.
He visto
un rostro cuyo brillo podía ver a través de la fealdad que lo cubría, y un
rostro cuyo brillo tuve que apartar, para ver cuán hermoso era.
He visto
un viejo rostro lleno de arrugas de la nada, y un rostro lozano en el que estaban
grabadas todas las cosas. Conozco todos los rostros, porque los veo a través de
la urdimbre que mis ojos van tejiendo, y miro la realidad que está detrás del
tejido.
EL MAR
MAYOR
Mi alma
y yo fuimos a bañarnos al gran mar. Y al llegar a la playa, empezamos a buscar
un sitio solitario y escondido.
Pero
mientras caminábamos por la playa vimos a un hombre sentado en una roca gris,
que tomaba de un saco puñados de sal y los arrojaba al mar.
-Este es
el pesimista -dijo mi alma-. Vámonos de aquí, pues no podemos bañarnos en
presencia del pesimista. Seguimos caminando, hasta llegar a una caleta; allí
vimos, de pie en una roca blanca, a un hombre que llevaba un cofre enjoyado,
del que tomaba azúcar para arrojarla al mar.
-Y este
es el optimista -dijo mi alma-, tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos.
Seguimos
caminando. Y en otro lugar de la playa vimos a un hombre que tomaba con la mano
peces muertos, y los devolvía al agua.
-Tampoco
podemos bañarnos enfrente de este hombre -dijo mi alma-, pues este es el
filántropo.
Y
seguimos nuestro camino.
Luego
nos encontramos a un hombre que trazaba el contorno de su sombra en la arena.
Llegaban grandes olas y borraban el trazo; sin embargo, aquel hombre seguía una
y otra vez dibujando su sombra.
-Este es
el místico -dijo mi alma-. Apartémonos de él.
Y
seguimos caminando, hasta que en otra calmada ensenada vimos a otro hombre, que
recogía espuma del mar y la vertía en un vaso de alabastro.
-Este es
el idealista -dijo mi alma-. De ninguna manera debe ver nuestra desnudez.
Y
seguimos caminando. De pronto, oímos una voz, que gritaba:
- ¡Este
es el mar; el vasto y poderoso mar!
Y al
acercarnos vimos que era un hombre que daba la espalda al mar y que aplicaba un
caracol a su oído, para oír el murmullo marino.
-Pasemos
de largo -dijo mi alma-. Este es el realista; el que da la espalda a todo lo
que no puede abarcar de una mirada, y se contenta con un fragmento del todo.
Y
pasamos de largo. Y en un lugar lleno de maleza, entre las rocas, un hombre
había enterrado su cabeza en la arena. Y le dije a mi alma:
-Nos
podemos bañar aquí, pues este hombre no puede vernos.
-No
-dijo mi alma-. Porque éste es el más mortífero de todos los hombres; es el
puritano. -Luego, una gran tristeza se reflejó en el rostro de mi alma, y
también entristeció su voz. -Vámonos de aquí -dijo-. Pues no hay ningún
solitario y oculto lugar donde podamos bañarnos. No dejaré que este viento
juegue con mi cabellera de oro, ni dejaré que este viento acaricie mi seno
desnudo, ni que esta luz descubra mi sagrada desnudez.
Y luego
abandonamos aquel mar, para ir en busca del Mar Mayor.
CRUCIFICADO
-
¡Quisiera ser crucificado! -grité a los hombres.
-¿Por
qué habría de caer tu sangre sobre nuestras cabezas? -me respondieron.
Y yo
respondí:-¿De qué otra manera podríais ser exaltados, sino crucificando a los
locos?
Y ellos
asintieron, y me crucificaron. Y la crucifixión me apaciguó.
Y cuando
pendía entre el cielo y la tierra alzaron la cabeza para mirarme. Y estaban
exaltados, pues nunca habían alzado la cabeza.
Pero
mientras estaban allí, en pie, mirándome, uno de ellos gritó:
-¿Qué
estás tratando de expiar?
Y otro
hombre gritó:-¿Por qué causa te sacrificas?
Y un
tercer hombre dijo: -¿Crees que a ese precio adquirirás la gloria del mundo?
Y luego
dijo un cuarto hombre:- ¡Mirad cómo sonríe! ¿Puede perdonarse tal dolor?
Y yo les
contesté a todos, diciendo:
-Recordad
sólo que he sonreído. No estoy expiando nada, ni sacrificándome, ni deseo la gloria:
y no tengo que perdonar nada. Yo tenía sed y les supliqué me dieran de beber mi
sangre. Porque, ¿qué puede saciar la sed de un loco, sino su propia sangre?
Estaba yo mudo, y les pedí que me hirieran, para tener bocas. Estaba yo
prisionero en vuestros días y en vuestras noches, y busqué una puerta hacia más
vastos días y más vastas noches.
"Y
ahora, me voy, como se han ido ya otros crucificados. Y no penséis que nosotros
los locos estamos cansados de tanta crucifixión. Pues debemos ser crucificados
por hombres cada vez más grandes, entre tierras más vastas y cielos más
espaciosos.
CUANDO
NACIÓ MI TRISTEZA
Cuando
nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura.
Y mi
Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de
maravillosas gracias.
Y mi
tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba. Pues mi
Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío también era amable cuando estaba
lleno de Tristeza.
Y cuando
hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches
estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza era elocuente, y mi lengua
también era elocuente con la Tristeza.
Y cuando
mi Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros vecinos sentábanse a la ventana a
escucharnos; pues nuestros cantos eran profundos como el mar, y nuestras
melodías estaban impregnadas de extraños recuerdos.
Y cuando
caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente nos miraba con amables ojos, y
cuchicheaba con extremada dulzura. Y también había quien nos envidiara, pues mi
Triste za era un ser noble, y yo me sentía orgulloso de mi Tristeza. Pero murió
mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé solo, con mis reflexiones.
Y ahora,
cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en mis oídos.
Y cuando
canto, mis vecinos ya no escuchan mis canciones.
Y cuando
camino solo por la calle, ya nadie me mira. Sólo en sueños oigo voces que dicen
compadecidas: "Mirad: allí yace el hombre al que se le murió su
Tristeza".
Y CUANDO
NACIÓ MI ALEGRÍA...
Y cuando
nació mi Alegría, la alcé en brazos y subí con ella a la azotea de mi casa, a
gritar:
-
¡Venid, vecinos! ¡Venid a ver! Porque hoy ha nacido mi Alegría: venid a
contemplar este ser placentero que ríe bajo el sol.
Pero qué
grande mi sorpresa porque ningún vecino mío acudió a contemplar mi Alegría.
Y todos
los días, durante siete lunas, proclamé el advenimiento de mi Alegría desde la
azotea de mi casa, pero nadie quiso escucharme. Y mi Alegría y yo estábamos
solos, sin nadie que fuera a visitarnos.
Luego,
mi Alegría palideció y enfermó de hastío, pues sólo yo gozaba de su hermosura,
y sólo mis labios besaban sus labios.
Luego,
mi Alegría murió, de soledad y aislamiento.
Y ahora
sólo recuerdo a mi muerta Alegría al recordar a mi muerta Tristeza. Pero el
recuerdo es una hoja de otoño que susurra un instante en el viento, y luego no
vuelve a oírse más.
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