viernes, 25 de septiembre de 2015

Fragmentos de "La mujer justa" de Sandor Marai:


"Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Un valor que es casi heroísmo. La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso. Le da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto… el triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin amor. No fui lo bastante valiente para la mujer que me amaba, no supe aceptar su cariño, me daba vergüenza. En aquellos tiempos no sabía lo que sé hoy…que no hay nada de lo que avergonzarse en la vida excepto de la cobardía, que hace que uno no sea capaz de dar sentimientos o no se atreva a aceptarlos.”

“…Un día me incorporé en la cama y sonreí. Ya no sentía dolor. Y de golpe comprendí que la persona justa no existe. Ni en el cielo ni en la tierra, ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y deseamos. Ninguna reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices. Sólo hay personas. Y en cada una hay siempre un poco de todo, es a la vez escoria y un rayo de luz… sin duda es cierto que no existe la persona justa y que las ilusiones se desvanecen, pero yo lo amo y eso es distinto. Cuando uno ama a alguien siempre se le sobresalta el corazón al verlo o al oír algo sobre él. En resumen, creo que todo pasa, menos el amor. Aunque eso no tiene ningún sentido práctico.”

miércoles, 16 de septiembre de 2015

AFUERA ADENTRO: FREUD

AFUERA ADENTRO
Lo real Lo no real, lo representado
lo subjetivo 



Toda re-presentación proviene de percepciones, esto implica que la existencia de la representación es una carta de ciudadanía. Acredita la realidad de lo representado.
La oposición entre lo subjetivo y lo objetivo -nos dice Freud- se establece porque el pensar tiene la capacidad de volver a hacer presente re-produciendolo en la representación, algo que una vez fue percibido, para lo cual no hace falta que el objeto siga estando ahí afuera.[7]
EL EXAMEN DE REALIDAD: Freud plantea que el fin primero de este examen no es hallar en la percepción objetiva (real) un objeto que corresponda a lo representado, sino re-encontrarlo, convencerse de que todavía está ahí. Luego plantea una condición para que se instituya el examen de realidad: tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva (real).
CONCLUSIONES
En el texto que nos ocupa la «Ausstossung», la expulsión, que realiza el juicio de atribución, es anterior a la introyección.
Freud nos va a plantear que la polaridad entre la expulsión y la introyección se corresponde con los dos grupos pulsionales.Dice que la afirmación (Bejahung) es sustituto de la introyección y por lo tanto pertenece a Eros (pulsiones de vida) mientras que la negación es sucesora de la expulsión y por lo tanto corresponde a la pulsión de muerte.



De estas dos operaciones, que no son equivalentes, podemos concluir que la actividad muda de la pulsión de muerte es el fundamento del pensamiento. ¿Por qué? Porque, lo incluido en la simbolización primordial (ligada con la afirmación), esta siempre circunscrito por la expulsión («Ausstossung»), por lo tanto debe ser restituido respecto a los alcances siempre activos de la no aceptación. Para ello es preciso «sublimar» la aniquilación. Esta se define mediante las pulsiones de destrucción como expulsión, el modo simbólico la transforma en (de)negación («Verneinung»). La recuperación lograda por ésta implica reducir los efectos de la represión, y de esta manera superar los alcances de la no aceptación, que reflejan la incidencia aniquiladora de las pulsiones de destrucción en el extremo narcisista del yo-placer («Lust-Ich). La represión, entonces, se ubica entre el rechazo propio de la expulsión y el reconocimiento promovido a través de la (de)negación, como levantamiento parcial de la represión que deja un resto de no aceptación. 
En cuanto al objeto podemos decir que la pérdida de éste es condición para que se instituya la prueba o examen de realidad, y a la vez es equivalente a la quiebra de la captura narcisista. Esta posición se encuentra bajo el dominio del objeto especular (yo ideal). Esto permite el pasaje de la condición narcisista del objeto a la condición objetal[8] .La condición objetal está marcada por la pérdida, el momento de la pérdida del objeto que se era (yo identificado al Ideal, yo ideal) es el momento de la constitución del objeto vía el re-encuentro. Este objeto se constituye en relación al otro pre-histórico, al semejante (complejo del prójimo), a Das Ding, esa cosa del mundo que una vez, antaño, produjo una satisfacción real. La paradoja es que este objeto que se pierde nunca existió, porque nunca selo tuvo. Tal como afirmamos más arriba se era ese objeto en términos de identificación. Al estar el sujeto cautivado por la imagen especular [9] ésta es objeto por sustracción.El otro, la función cautivante, fascinante de la imago[10] , excluye al objeto; sin embargo esa relación de exclusión lo mantiene ligado. Inversamente la imago no podría sostenerse sino sobre ese horizonte de un objeto que siempre se escapa. Entonces el objeto se constituye como perdido, porque nunca existió, y este es el objeto del que se trata en la perspectiva freudiana. Objeto al que la pulsión contorneará para lograr una satisfacción que siempre dejará como saldo una insatisfacción. Tal objeto contorneado es de doble índole. Por un lado es el puro vacío, verdadero objeto de la pulsión, que es el mismo que el objeto a causa del deseo: una pura falta que motoriza un movimiento. Objeto que el deseo intentará re-encontrar por la única vía que tiene: la de los signos (en el sentido de Peirce). A veces se generará la ilusión de ese reencuentro, pero rápidamente se producirá la des-ilusión. Este es el objeto que se desplazará continuamente, metonímicamente, por la cadena significante inconciente, en términos de Lacan, por los representantes de las representaciones (Vorstellungreprasentanz) inconcientes, en palabras de Freud.



Notas
Aquí conviene recordar que la inscripción freudiana tiene un estatuto de metáfora y es correlativa de la hipótesis del inconciente como defensa. Esto es que "el aparato dispone de una protección antiestímulo externa, destinada a rebajar la magnitud de las excitaciones advinientes". Dicho de otra manera lo que se inscribe es un cifrado de goce, una manera de tramitar un exceso. Para aclarar est Esto recurriremos a la carta 52 (6/12/1896) de la correspondencia Freud-Fliess. En ésta Freud plantea una estratificación sucesiva del psiquismo, que supone que las impresiones perceptivas y la memoria, que se excluyen mutuamente, están sometidos a un reordenamiento permanente, según nuevos nexos, y que estos se dan por retranscipciones (Umschrift). Luego dice Freud: “Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria no preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversasvariedades de signos. Luego realiza el siguiente diagrama (que anticipa a los que va a realizar en el Cap. VII de La inteterpretación de los sueños): 




P: Percepciones; Ps: signos de percepción, es la primera transcripción, la primera fijación;Ic: Inconciente, es la segunda transcripción; Prc: preconciente es la tercera transcripción.Esta manera de entender el inconciente se opone a imaginar el inconciente como una tabla donde todo se graba. Esta última manera de representar el inconciente es una fantasía obsesiva.
Goce: Término introducido por el psicoanalista francés Jacques Lacan
El goce es el nombre dela “materia prima”(percepción bruta de masas en movimiento) que lo inconciente debe procesar, apalabrar, desplazar, condensar, metaforizar. “Es el motor” del sistema inconciente. Es el nombre de lo que pone en marcha la compulsión a la repetición. Es la forma de nombrar ese “núcleo de nuestro ser”, “el ombligo del sueño”, ese “extranjero interior”, esa “extimidad”. Entonces el goce es la forma de nombrar esa energía, de la más pulsional de las pulsiones: la pulsión de muerte. Es también nombrar tanto la tensión interna del sistema inconciente, como la aspiración a la felicidad absoluta, el sentimiento oceánico del poeta(discutido por Freud en El malestar en la cultura). Es ese “más allá...” antiecónomico del principio del placer. Es, para decirlo todo, la forma de nombrar lo innombrable, lo que no tiene representación, lo que está fuera del lenguaje: la Cosa misma 
2 Prototipo inconciente de personajes que orienta electivamente la forma en que el sujeto aprehende a los demás; se elabora a partir de las primeras relaciones intersubjetivas, reales y fantaseadas, con el ambiente familiar. El conceptode imago se lo debemosa Carl G. Jung (Metamorfosis y símbolos de la líbido, 1911). La imago y el complejo son conceptos afines; ambos guardan relación con el mismo campo: las relaciones del niño con su ambiente familiar, y social. Pero el complejo designa el efecto que ejerce sobre el sujeto el conjunto de la relación interpersonal, mientras que la imago designa la pervivencia imaginaria de alguno de los participantes en aquella situación. Con frecuencia se define la imago como una representación inconciente; pero es necesario ver en ella, más que una imagen, un esquema imaginario adquirido, un clisé estático a través del cual el sujeto se enfrenta a otro. Por consiguiente, la imago puede objetivarse tanto en sentimientos y conductas como en imágenes. Añadamos que no debe entenderse como un reflejo de lo real, ni siquiera más o menos deformado; es por ello que la imago de un padre terrible puede muy bien corresponder a un padre débil. (Diccionario de psicoanálisis de Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pomtalis).
[1] Ver Nota al final del texto. 
[2] Más allá del principio del placer es un texto clave en el sentido de leer las partituras freudianas desde la clave que él nos ofrece.
Entonces primero leamos las modificaciones que introduce el propio Freud. En« El yo y el ello» realiza una modificación de la teoría del narcisismo como consecuencia de la articulación que realiza de la dos clases de pulsiones. El descubrimiento de la agresividad como inherente a toda identificación narcisista lo lleva a romper con la noción de necesidad orgánica y esto abre las puertas a un psicoanálisis liberado del modelo de las relaciones de un organismo con el mundo exterior.
En consecuencia un primer momento:«El narcisismo es detenido en su desarrollo porque el organismo sufre de necesidades que no puede satisfacer por sí mismo y así se dirige a un mundo exterior del que demanda ayuda(«Pulsiones y sus destinos», pág.2049. Nota 1392).
Luego las necesidades perentorias son -para el yo- las pulsionales y ya no hay referencia al modelo del hambre o la conservación. («El yo y el ello». Pág. 2721).
Entre un texto y otro se encuentra «Más allá...». 
El yo-real, ahora, se opone al no-yo y este no-yo, no lleva al mundo exterior. Sino que hay que entender el no-yo como el ello.
Otro dato, en «El problema económico del masoquismo», texto de 1924, Freud afirma la anterioridad lógica de la pulsión de muerte.
[3] Conviene recordar que el sujeto freudiano es un sujeto dividido. El término alemán es spaltung. La sapaltung del Yo Freud la plantea como consecuencia de sus reflexiones sobre el fetichismo, en el artículo "La escición del yo en el proceso defensivo". 
[4] Proyectar es mantener algo en lo exterior para no reconocerlo. Para desconocerlo.
[5] "El yo es sobre todo una esencia cuerpo; no sólo una esencia superficie, sino él mismo, la proyección de una superficie". S. Freud, El yo y el ello. Aquí podemos sacar una primera conclusión: El yo se contituye a partir del objeto. Es decir, el yo es el reultado de una operación que determina un espacio. 
[6] Exterioridad que se inventa, se crea por proyección, de ningún modo dato real frente al que un aparato perceptivo reacciona adecuadamente o inadecuadamente.
[7] Hay una modificación en relación al modelo de la Interpretación de los sueños,o del Proyecto..., cuando utilizó el esquema del deseo alucinado donde el yo funcionabacomo la medida decomparación de la que habría de surgir cierta objetividad. Ahora la existencia de una imagen es ya una garantía de la realidad de lo representado. La antítesis de lo objetivo y lo subjetivo no existe desde un comienzo.
[8] La condicón objetal alude al objeto del que se trata en psicoanalisis. Esta noción de objeto se opone a cualquier concepción ingenua, a cualquier concepción de un objeto situable con rapidez a nivel fenomenológico. El objeto del que trata el psicoanalisis siempre se presenta como perdido, como desecho, como parte separada y como representativo de esa parte en calidad de separada. Es lo que se conoce como objetos parciales ( seno, heces, pene etc.). Lo importante no es el contenido de cada uno de esos elementos, sino lo que en esos cortes se insinúa de pacialidad. Parcialidad implicada en calidad de objeto a en la circulación del deseo. Circulación sostenida en la metonimia.
[9] La imagen especular es la que se constituye durante el Estadio delespejo. ¿Qué es este estadio? Es el momento en que el niño reconoce su propia imagen. Pero el estadio del espejo no se limita de ningún modo a connotar un fenómeno que se presenta en el desarrollo del niño. Ilustra el carácter conflictivo de la relación dual. Todo lo que el niño captaal quedar cautivo de su propia imagen es precisamente la distancia que hay entre sus tensiones internas y la identificación con dicha imagen. Es decir cierto nivel de tendencias, experimentadas –en determinado momento de la vida , entre el 6º y el 18º mes.- como desconectadas, discordantes, fragmentadas –y de esto siempre queda algo- y por la otra una unidad con la cual se confunde y aparea. Esta unidad es aquello en lo cual el sujeto se conoce por primera vez como unidad, pero como unidad alienada, virtual. En definitiva se trata de una dialéctica que está presente en la experiencia a todos losniveles de la estructuración del yo humano.



lunes, 7 de septiembre de 2015

Las cabezas trocadas Mann, Thomas


Bajo la forma de una ingenua y encantadora narración de aires hindúes, se esconde una reflexión recurrente en la narrativa de Thomas Mann: los conflictos entre el arte y la vida. La anécdota de la que parte es bastante sorprendente: dos jóvenes enamorados de la misma chica intercambian sus cabezas por la intervención de una divinidad hindú, ya que ella ama la interioridad de uno y el cuerpo del otro. Esta solución no resolverá los problemas de los tres personajes. Esta obra es considreada una de las obras breves más importentes de Mann por las muchas lecturas que sugiere y por las diversas reflexiones a las que induce al lector.

ISIS


¡Oh Isis! Madre del Cosmos 
raiz del amor
tronco, capullo, hoja, flor y semilla de todo lo que existe.
A ti, fuerza naturalizante, te conjuramos
Llamamos a la reina del espacio y de la noche.
Y besando sus ojos amorosos
bebiendo el rocío de sus labios
respirando el dulce aroma de su cuerpo
exclamamos: ¡Oh Nuit! Eterna seidad del cielo, 
que eres lo que fue y lo que será
¡Isis, a quien ningún mortal ha levantado el velo!
Cuando tu estés bajo las estrellas irradiantes 
del nocturno y profundo cielo del desierto
con pureza de corazón
y en la flama de la serpiente te llamamos

Nombre egipcio: Iset
Nombre  griego: Isis

Su nombre en egipcio es Ast
. Primitivamente fue una diosa-cielo, originaria de Behbet-el Hagar, en el Delta. Llevaba un trono (ast) sobre su cabeza y, originalmente, fue la representación del trono. Reina de los dioses; gran diosa madre; recuperadora y embalsamadora del cuerpo de Osiris; protectora de Horus el Niño hasta que éste pudo luchar por su patrimonio. Su morada en los cielos era la estrella Sotis (Sirio) de la constelación de Orión (asociada a Osiris), por lo que también fue conocida como Isis-Sothis. Era la opuesta a Neftis en un concepto dualista. Diosa de la maternidad y del nacimiento y protectora de las madres y de los niños y la familia en general; se le considera como la que instituyó el matrimonio; pero también era la perpetua viuda inconsolable; a pesar de ser diosa no puede ya relacionarse con Osiris, no puede entrar en el reino del Más Allá, lamentándose así de su eterna soledad. Junto con las diosas Neftis, Neith y Selkis es protectora de los muertos. Isis es la diosa principal en todos los ritos relacionados con la muerte. También fue llamada “La Gran Maga” por haber recompuesto el cadáver de Osiris y procreado con él y por haber creado mediante magia la primera cobra y usado su veneno para obligar a Ra a revelarle su nombre secreto; el conocimiento de este nombre le daba poder sobre Ra; en ello se vio la iniciación a un culto secreto, descrito por Apuleyo en “El asno dorado”; por el poder adquirido podrá curar también las enfermedades de los dioses.
Sus sacerdotes eran médicos especialistas. A Isis ningún sortilegio le es extraño; maneja los encantamientos, es temible y temida y su guardia personal son siete escorpiones cuyos nombres terroríficos son: Befent, Maatet, Mestet, Mestetef, Petet, Tefen y Thetet,   que le ayudaban a proteger a Horus. Cuando Horus venció a Seth, Isis intercedió por la vida de su hermano; Horus se puso furioso contra ella y le cortó la cabeza; entonces Thot, por medio de sus palabras mágicas transformó su cabeza en la de una vaca y se la colocó. El día de plenilunio se le sacrificaba un cerdo, ya que Isis es también personificación de la luna, y en recuerdo de Seth quien, en forma de cerdo negro, devora periódicamente la luna, uno de los ojos de Osiris. Es imposible limitar sus atributos ya que posee los poderes de una diosa del agua, de la tierra, de la cosecha, de la estrella, como reina del Más Allá y como mujer y reunió en ella los atributos de todas las diosas de Egipto.
Según el mito de Osiris  fue Isis quien buscó y recuperó el cuerpo despedazado de Osiris, asesinado por su hermano Seth. Reconstruyó a Osiris ayudada por Anubis y Neftis  e impregnada de su cuerpo concibió a Horus niño (Harpócrates) , quien más tarde vengaría la muerte de su padre.Es la protectora del vaso canopo representado por Amset. Representaba al viento del Oeste. Hija de Nut y Geb, esposa y hermana de Osiris y madre de Horus niño (Harpócrates). Nació en los dias epagomenos, junto con Osiris, Set, Neftis y Horus. Forma parte de la Enéada de Heliópolis. Una de sus representaciones más frecuentes es la de madre dando el pecho a Horus o al faraón representado como Horus, o con tocado de buitre y el disco solar entre los cuernos, en conexión con Hathor; en ocasiones lleva la doble corona con la pluma de Maat, o un par de cuernos en forma de lira . También aparece como milano o como vaca. Llevó atributos de todas las divinidades femeninas, que eran otras tantas personificaciones de Isis; así a partir del Reino Nuevo aparece como Hathor, con los cuernos liriformes y el disco solar, a quien quitó el papel de madre de Horus y con quien está estrechamente relacionada, de ahí que a veces aparezca como vaca o con cabeza de vaca y otras amamantando a su hijo.Pero también en su asociación con Hathor, y por tanto con Sejmet puede aparecer con cabeza de leóna, si bien esta manifestación es poco frecuente. Incluso fue identificada como la parte femenina del abismo acuoso primordial del que surgió la vida. A veces se la pintó como un milano sobre el cuerpo momificado de Osiris. Representada como mujer, no como diosa, lleva una cofia con el ureo sobre la frente.
Como Isis Faria, en la isla de Faros (Alejandría), era patrona de los marineros y llevaba un ancla o un timón como atributo. Se la asociaba con el sicomoro, atributo. Se la asociaba con el sicomoro, con el sistro  y con el nudo mágico, llamado Tyt. Los griegos la identificaron con Perséfone, Tetis, Atenea, etc. En Behbet el-Hagar, en el Delta, había un templo dedicado a su culto, construido por Nectanebo II y conocido como Iseum;  aunque el templo más importante estaba en la isla de Filé, trasladado hoy a la actual isla de Aguilkia cuando se construyó la presa de Assuán. No fue hasta la XIII Dinastía cuando se construyeron los primeros templos. Hasta esta fecha, Isis no gozaba de templos propios, pero en muchos de los consagrados a otras deidades se encontraba un recinto dedicada a ella. En una isla cercana a Filé, Bigeh, se encontraba la tumba de Osiris a la que Isis iba todos los días para realizar una libación y, cada diez días realizaba una ofrenda de leche. Otro rito consistía en que una vez al año la imagen de la diosa Isis se llevaba al quiosco reservado para ella en el templo de Hathor en Dendera, donde era expuesta a los rayos del sol para regenerarse. En Ajmim recibió especial dedicación como madre del dios Min. En Guizah fue adorada como “Isis Señora de las pirámides”. Su fiesta se celebraba el día 6 del mes de Meshir y sus festivales los días 23 y 24 del mismo mes y el día 10 del mes de Pajon. Su culto se extendió por todo el Mediterráneo y resistió el auge del cristianismo hasta el siglo VI de nuestra Era. Fue la unica deidad egipcia que se mantuvo durante el Imperio Romano , hasta que su culto fue prohibido en el año 535, en tiempos de Justiniano.Su nombre es llevado por Isisnofret, mujer de Ramsés II.
Los primeros cristianos adoptaron gran parte del culto a Isis asimilándola a la Virgen María. Su función maternal, protecccionista y las imagenes de la Virgen María y el Niño están inspiradas en el culto a esta diosa.

Psicoanálisis y amor

"...El amor podría también ser pensado desde el psicoanálisis como un “amarse o completarse en el otro”, en el punto en el que guiado por la lógica del deseo, se ama al otro porque es el otro quien me llena, es decir quien me completa, y por lo tanto no solo lo deseo, sino que deseo que me desee, poniendo al amor propiamente dicho nuevamente en una situación ficticia y artificial. 
Este mecanismo puede ser pensado tanto desde Freud, como desde Lacan, en lo que refiere a las capacidades proyectivas o metafóricas de los de la elección objetal. 
Freud se interesa particularmente en la capacidad proyectiva y de la propia fantasía de los sujetos diciendo que todas aquellas mociones de satisfacción y amor de un mundo que se cree externo parte de una mocion de deseo de carácter primario, premisa de la cual se vale el mismo para analizar al amor y sus objetos. Y es en el campo de la proyección donde Freud comienza a estudiar al amor, lo hace en situación de transferencia en la medida que observa como el sujeto entabla su relación con el analista y manifiesta su propia proyección fantasmatica en el mismo. Acerca del amor de transferencia dice: “El amor de transferencia presenta quizá un grado menos de libertad que el amor corriente, llamado normal; delata más claramente su dependencia del modelo infantil y se muestra menos dúctil y menos suceptible de modificación…”(Freud, 1915) y continua: “De todos modos, aparece caracterizado por algunos rasgos que le aseguran una posición especial: 1º. Es provocado por la situación analítica. 2º. Queda intensificado por la resistencia dominante en tal situación; y 3º. Es menos prudente, más indiferente a sus consecuencias y más ciego en la estimación de la persona amada que otro cualquier enamoramiento normal.” (Freud, 1915). 
Sobre la linea de la transferencia el psicoanálisis de la mano de Freud y Lacan ha realizado dos descubrimientos fundamentales acerca del amor: Su carácter automatico, enfatizado por Freud a quien la clinica le demuestra que el amor esta regido por una necesiad que opera en el. Y también por Lacan, quien reconoce ciertas “condiciones” para que se de el amor, vale decir, la obediencia a las leyes, todas ellas hijas de la ley Paterna, incorporada a edad temprana por el sujeto y que va a determinar las posteriores elecciones de objeto en el plano sexual y amoroso. El segundo descubrimiento es su carácter disimetrico entre el amante y el amado: es en el primero en el que existe una falta y por ello ama, para buscar la complementariedad en el otro, el amado sobre el cual a su vez intenta perpetuar la existencia de uan falta, que le permita conservar su lugar. 

De una forma similar, este concepto de la falta puede ser pensado en Lacan desde el Capitulo 3 del Seminario 8 (1960), donde plantea al amor como una metáfora, es decir, como una sustitución que opera como estructurante de la realidad fantasmatica donde hay una relevo del amante por el amado a nivel simbólico, situación que ocurre no solo aquí, sino en todos los sentidos del mismo nivel. 
Según el autor, el amor intenta responder por el ser perdido al ingresar al lenguaje (“el ser o la vida”), aquí se presenta la fantasía de que el amor, por tanto el ser amado puede responder por este ser perdido. Es decir, el amor esta hecho de la falta, del intento de poseer (recuperar) algo que no existe y en este sentido pierde su carácter de belleza y bienestar, ya que su escencia esta fundamentada por una carencia constante. 
Existe en este sentido una proyección a nivel fantasmatico que opera en esta reducción del otro y le otorga esa sensación de placer a la relación amorosa, tanto en la relación cotidiana como en el propio acto sexual genital (coito)...." 

El amor como una ilusión desde Freud y Lacan

¿POR QUE LA GUERRA?

¿POR QUÉ LA GUERRA? CORRESPONDENCIA ENTRE EINSTEIN Y FREUD

V. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto


ALBERT EINSTEIN TOCANDO EL VIOLÍN, UNA DE SUS AFICCIONES FAVORITAS.

Con el acceso de Hitler al poder, Albert Einstein renunció a la ciudadanía alemana y se trasladó a Estados Unidos. Allí pasó los últimos veinticinco años de su vida, trabajando en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton, ciudad en la que murió el 18 de abril de 1955.
Luego de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki se unió a los científicos que buscaban la manera de impedir el uso futuro de la bomba, y propuso la formación de un gobierno mundial a partir del embrión constituido por las Naciones Unidas.
Caputh, cerca de Potsdam, 30 de julio de l932
Estimado profesor Freud:
La propuesta de la Liga de las Naciones y de su Instituto Internacional de Cooperación Intelectual en París para que invite a alguien, elegido por mí mismo, a un franco intercambio de ideas sobre cualquier problema que yo desee escoger me brinda una muy grata oportunidad de debatir con usted una cuestión que, tal como están ahora las cosas, parece el más imperioso de todos los problemas que la civilización debe enfrentar. El problema es este: ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? Es bien sabido que, con el avance de la ciencia moderna, este ha pasado a ser un asunto de vida o muerte para la civilización tal cual la conocemos; sin embargo, pese al empeño que se ha puesto, todo intento de darle solución ha terminado en un lamentable fracaso.
Creo, además, que aquellos que tienen por deber abordar profesional y prácticamente el problema no hacen sino percatarse cada vez más de su impotencia para ello, y albergan ahora un intenso anhelo de conocer las opiniones de quienes, absorbidos en el quehacer científico, pueden ver los problemas del mundo con la perspectiva que la distancia ofrece. En lo que a mí atañe, el objetivo normal de mi pensamiento no me hace penetrar las oscuridades de la voluntad y el sentimiento humanos. Así pues, en la indagación que ahora se nos ha propuesto, poco puedo hacer más allá de tratar de aclarar la cuestión y, despejando las soluciones más obvias, permitir que usted ilumine el problema con la luz de su vasto saber acerca de la vida pulsional del hombre. Hay ciertos obstáculos psicológicos cuya presencia puede borrosamente vislumbrar un lego en las ciencias del alma, pero cuyas interrelaciones y vicisitudes es incapaz de imaginar; estoy seguro de que usted podrá sugerir métodos educativos, más o menos ajenos al ámbito de la política, para eliminar esos obstáculos.
Siendo inmune a las inclinaciones nacionalistas, veo personalmente una manera siempre de tratar el aspecto superficial (o sea, administrativo) del problema: la creación, con el consenso internacional, de un cuerpo legislativo y judicial para dirimir cualquier conflicto que surgiere entre las naciones. Cada nación debería avenirse a respetar las órdenes emanadas de este cuerpo legislativo, someter toda disputa a su decisión, aceptar sin reserva sus dictámenes y llevar a cabo cualquier medida que el tribunal estimare necesaria para la ejecución de sus decretos. Pero aquí, de entrada, me enfrento con una dificultad; un tribunal es una institución humana que, en la medida en que el poder que posee resulta insuficiente para hacer cumplir sus veredictos, es tanto más propenso a que estos últimos sean desvirtuados por presión extrajudicial. Este es un hecho que debemos tener en cuenta; el derecho y el poder van inevitablemente de la mano, y las decisiones jurídicas se aproximan más a la justicia ideal que demanda la comunidad (en cuyo nombre e interés se pronuncian dichos veredictos) en tanto y en cuanto esta tenga un poder efectivo para exigir respeto a su ideal jurídico. Pero en la actualidad estamos lejos de poseer una organización supranacional competente para emitir veredictos de autoridad incontestable e imponer el acatamiento absoluto a la ejecución de estos. Me veo llevado, de tal modo, a mi primer axioma: el logro de seguridad internacional implica la renuncia incondicional, en una cierta medida, de todas las naciones a su libertad de acción, vale decir, a su soberanía, y está claro y fuera de toda duda que ningún otro camino puede conducir a esa seguridad.
El escaso éxito que tuvieron, pese a su evidente honestidad, todos los esfuerzos realizados en la última década para alcanzar esta meta no deja lugar a dudas de que hay en juego fuertes factores psicológicos que paralizan tales esfuerzos. No hay que andar mucho para descubrir algunos de esos factores. El afán de poder que caracteriza a la clase gobernante de todas las naciones es hostil a cualquier limitación de la soberanía nacional. Esta hambre de poder político suele medrar gracias a las actividades de otro grupo guiado por aspiraciones puramente mercenarias, económicas. Pienso especialmente en este pequeño pero resuelto grupo, activo en toda nación, compuesto de individuos que, indiferentes a las consideraciones y moderaciones sociales, ven en la guerra, en la fabricación y venta de armamentos, nada más que una ocasión para favorecer sus intereses particulares y extender su autoridad personal.
Ahora bien, reconocer este hecho obvio no es sino el primer paso hacia una apreciación del actual estado de cosas. Otra cuestión se impone de inmediato: ¿Cómo es posible que esta pequeña camarilla someta al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría, para la cual el estado de guerra representa pérdidas y sufrimientos? (Al referirme a la mayoría, no excluyo a los soldados de todo rango que han elegido la guerra como profesión en la creencia de que con su servicio defienden los más altos intereses de la raza y de que el ataque es a menudo el mejor método de defensa). Una respuesta evidente a esta pregunta parecería ser que la minoría, la clase dominante hoy, tiene bajo su influencia las escuelas y la prensa, y por lo general también la Iglesia. Esto les permite organizar y gobernar las emociones de las masas, y convertirlas en su instrumento.
Sin embargo, ni aun esta respuesta proporciona una solución completa. De ella surge esta otra pregunta: ¿Cómo es que estos procedimientos lograr despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Solo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción. En épocas normales esta pasión existe en estado latente, y únicamente emerge en circunstancias inusuales; pero es relativamente sencillo ponerla en juego y exaltarla hasta el poder de una psicosis colectiva. Aquí radica, tal vez, el quid de todo el complejo de factores que estamos considerando, un enigma que el experto en el conocimiento de las pulsiones humanas puede resolver.
Y así llegamos a nuestro último interrogante: ¿Es posible controlar la evolución mental del hombre como para ponerlo a salvo de las psicosis del odio y la destructividad? En modo alguno pienso aquí solamente en las llamadas “masas iletradas”. La experiencia prueba que es más bien la llamada “intelectualidad” la más proclive a estas desastrosas sugestiones colectivas, ya que el intelectual no tiene contacto directo con la vida al desnudo, sino que se topa con esta en su forma sintética más sencilla: sobre la página impresa.

Para terminar: hasta ahora solo me he referido a las guerras entre naciones, a lo que se conoce como conflictos internacionales. Pero sé muy bien que la pulsión agresiva opera bajo otras formas y en otras circunstancias. (Pienso en las guerras civiles, por ejemplo, que antaño se debían al fervor religioso, pero en nuestros días a factores sociales; o, también, en la persecución de las minorías raciales). No obstante, mi insistencia en la forma más típica, cruel y extravagante de conflicto entre los hombres ha sido deliberada, pues en este caso tenemos la mejor oportunidad de descubrir la manera y los medios de tornar imposibles todos los conflictos armados.
Sé que en sus escritos podemos hallar respuestas, explícitas o tácitas, a todos los aspectos de este urgente y absorbente problema. Pero sería para todos nosotros un gran servicio que usted expusiese el problema de la paz mundial a la luz de sus descubrimientos más recientes, porque esa exposición podría muy bien marcar el camino para nuevos y fructíferos modos de acción.
 Muy atentamente, Albert Einstein.”
Viena, septiembre de 1932.
“Estimado señor Einstein:
Cuando me enteré de que usted se proponía invitarme a cambiar ideas sobre un tema que ocupaba su interés y que también le parecía ser digno del ajeno, manifesté complacido mi aprobación. Sin embargo, esperaba que usted elegiría un problema próximo a los límites de nuestro actual conocimiento, un problema ante el que cada uno de nosotros, el físico como el psicólogo, pudiera labrarse un acceso especial, de modo que, acudiendo de distintas procedencias, se encontrasen en un mismo terreno. En tal expectativa, me sorprendió su pregunta: ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra? Al principio quedé asustado bajo la impresión de mi –casi hubiera dicho: “de nuestra”– incompetencia, pues aquella parecíame una terca práctica que corresponde a los hombres de Estado. Pero luego comprendí que usted no planteaba la pregunta en tanto que investigador de la naturaleza y físico, sino como amigo de la Humanidad, respondiendo a la invitación de la Liga de las Naciones, a la manera de Fridtjof Nansen, el explorador del Ártico que tomó a su cargo la asistencia de las masas hambrientas y de las víctimas refugiadas de la Guerra Mundial. Además, reflexioné que no se me pedía la formulación de propuestas prácticas, sino que solo había de bosquejar cómo se presenta a la consideración psicológica el problema de prevenir las guerras.
Pero usted en su misiva ha expresado ya casi todo lo que podría decir al respecto. En cierta manera, usted me ha sacado el viento de las velas, pero de buen grado navegaré en su estela y me limitaré a confirmar cuanto usted enuncia, tratando de explayarlo según mi mejor ciencia o presunción.
Comienza usted con la relación entre el derecho y el poder: he aquí, por cierto, el punto de partida más adecuado para nuestra investigación. ¿Puedo sustituir la palabra “poder” por el término, más rotundo y más duro, “fuerza”? Derecho y fuerza son hoy, para nosotros, antagónicos, pero no es difícil demostrar que el primero surgió de la segunda, y retrocediendo hasta los orígenes arcaicos de la Humanidad para observar cómo se produjo este fenómeno, la solución del enigma se nos presenta sin esfuerzo. No obstante, perdóneme usted si en lo que sigue paso revista, como si fuesen novedades, a cosas conocidas y admitidas por todo el mundo: el hilo de mi exposición me obliga a ello.
De modo que, en principio, los conflictos de intereses entre los hombres son solucionados mediante el recurso de la fuerza. Así sucede en todo el reino animal, del cual el hombre no habría de excluirse, pero en el caso de este se agregan también conflictos de opiniones que alcanzan hasta las mayores alturas de la abstracción y que parecerían requerir otros recursos para su solución. En todo caso, esto solo es una complicación relativamente reciente. Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de quién debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquel que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición. Este objetivo se alcanza en forma más completa cuando la fuerza del enemigo queda definitivamente eliminada, es decir, cuando se lo mata. Tal resultado ofrece la doble ventaja de que el enemigo no puede iniciar de nuevo su oposición y de que el destino sufrido sirve como escarmiento, desanimando a otros que pretendan seguir su ejemplo. Finalmente, la muerte del enemigo satisface una tendencia instintiva que habré de mencionar más adelante. En un momento dado, al propósito homicida se opone la consideración de que respetando la vida del enemigo, pero manteniéndolo atemorizado, podría empleárselo para realizar servicios útiles. Así, la fuerza, en lugar de matarlo, se limita a subyugarlo. Este es el origen del respeto por la vida del enemigo, pero desde ese momento el vencedor hubo de contar con los deseos latentes de venganza que abrigaban los vencidos, de modo que perdió una parte de su propia seguridad.
Por consiguiente, esta es la situación original: domina el mayor poderío, la fuerza bruta o intelectualmente fundamentada. Sabemos que este régimen se modificó gradualmente en el curso de la evolución, que algún camino condujo de la fuerza al derecho; pero, ¿cuál fue este camino? Yo creo que solo pudo ser uno: el que pasa por el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles. L'union fait la force. La violencia es vencida por la unión; el poderío de los unidos representa ahora el derecho, en oposición a la fuerza del individuo aislado. Vemos, pues, que el derecho no es sino el poderío de una comunidad. Sigue siendo una fuerza dispuesta a dirigirse contra cualquier individuo que se le oponga; recurre a los mismos medios, persigue los mismos fines; en el fondo, la diferencia solo reside en que ya no es el poderío del individuo el que se impone, sino el de un grupo de individuos. Pero es preciso que se cumpla una condición psicológica para que pueda efectuarse este pasaje de la violencia al nuevo derecho: la unidad del grupo ha de ser permanente, duradera. Nada se habría alcanzado si la asociación solo se formara para luchar contra un individuo demasiado poderoso, desmembrándose una vez vencido este. El primero que se sintiera más fuerte trataría nuevamente de dominar mediante su fuerza, y el juego se repetiría sin cesar. La comunidad debe ser conservada permanentemente; debe organizarse, crear preceptos que prevengan las temidas insubordinaciones; debe designar organismos que vigilen el cumplimiento de los preceptos –leyes– y ha de tomar a su cargo la ejecución de los actos de fuerza legales. Cuando los miembros de un grupo humano reconocen esta comunidad de intereses aparecen entre ellos vínculos afectivos, sentimientos gregarios que constituyen el verdadero fundamento de su poderío.
Con esto, según creo, ya está dado lo esencial: la superación de la violencia por la cesión del poderío a una unidad más amplia, mantenida por los vínculos afectivos entre sus miembros. Cuanto sucede después no son sino aplicaciones y repeticiones de esta fórmula. El estado de cosas no se complica mientras la comunidad solo conste de cierto número de individuos igualmente fuertes. Las leyes de esta asociación determinan entonces en qué medida cada uno de sus miembros ha de renunciar a la libertad personal de ejercer violentamente su fuerza para que sea posible una segura vida en común. Pero esta situación pacífica solo es concebible teóricamente, pues en la realidad es complicada por el hecho de que desde un principio la comunidad está formada por elementos de poderío dispar, por hombres y mujeres, hijos y padres, y al poco tiempo, a causa de guerras y conquistas, también por vencedores y vencidos que se convierten en amos y esclavos. El derecho de la comunidad se torna entonces en expresión de la desigual distribución del poder entre sus miembros; las leyes serán hechas por y para los dominantes y concederán escasos derechos a los subyugados. Desde ese momento existen en la comunidad dos fuentes de conmoción del derecho, pero que al mismo tiempo lo son también de nuevas legislaciones. Por un lado, algunos de los amos tratarán de eludir las restricciones de vigencia general, es decir, abandonarán el dominio del derecho para volver al dominio de la violencia; por el otro, los oprimidos tenderán constantemente a procurarse mayor poderío y querrán que este fortalecimiento halle eco en el derecho, es decir, que se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos. Esta última tendencia será tanto más poderosa si en el ente colectivo se producen realmente desplazamientos de las relaciones de poderío, como acaecen a causa de múltiples factores históricos. En tal caso el derecho puede adaptarse paulatinamente a la nueva distribución del poderío o, lo que es más frecuente, la clase dominante se negará a reconocer esta transformación y se llega a la rebelión, a la guerra civil, es decir, a la supresión transitoria del derecho y a renovadas tentativas violentas que, una vez transcurridas, pueden ceder el lugar a un nuevo orden legal. Aún existe otra fuente de la evolución legal que solo se manifiesta en forma pacífica: se trata del desarrollo cultural de los miembros de la colectividad; pero esta pertenece a un conexo que no habremos de considerar sino más adelante.
Vemos, por consiguiente, que hasta dentro de una misma colectividad no se puede evitar la solución violenta de los conflictos de intereses. Sin embargo, las necesidades y los fines comunes que resultan de la convivencia en el mismo terreno favorecen la terminación rápida de esas luchas, de modo que en estas condiciones aumenta sin cesar la probabilidad de que se recurra a medios pacíficos para resolver los conflictos. Pero una ojeada a la Historia de la Humanidad nos muestra una serie ininterrumpida de conflictos entre una comunidad y otra u otras, entre conglomerados mayores o menores, entre ciudades, comarcas, tribus, pueblos, Estados; conflictos que casi invariablemente fueron decididos por el cotejo bélico de las respectivas fuerzas. Semejantes guerras terminan, ya en el saqueo, ya en el completo sometimiento y en la conquista de una de las partes contendientes. No es lícito juzgar con el mismo criterio todas las guerras de conquista. Algunas, como las de los mogoles y de los turcos, solo llevaron a calamidades; otras, en cambio, a la conversión de la violencia en el derecho, al establecimiento de entes mayores, en cuyo seno quedó eliminada la posibilidad del despliegue de fuerzas, solucionándose los conflictos mediante un nuevo orden legal. Así, las conquistas de los romanos legaron la preciosa pax romana a los pueblos mediterráneos. Las tendencias expansivas de los reyes franceses crearon una Francia pacíficamente unida y próspera. Aunque parezca paradójico, es preciso reconocer que la guerra bien podría ser un recurso apropiado para establecer la anhelada paz “eterna”, ya que es capaz de crear unidades tan grandes que una fuerte potencia alojada en su seno haría imposibles nuevas guerras. Pero en realidad la guerra no sirve para este fin, pues los éxitos de la conquista no suelen ser duraderos; las nuevas unidades generalmente vuelven a desmembrarse a causa de la escasa coherencia entre las partes unidas por la fuerza. Además, hasta ahora la conquista solo pudo crear uniones incompletas, aunque amplias, cuyos conflictos interiores favorecieron aún más las decisiones violentas. Así, todos los esfuerzos bélicos solo llevaron a que la Humanidad trocara numerosas y aun continuadas guerras pequeñas por conflagraciones menos frecuentes, pero tanto más devastadoras.
Aplicando mis reflexiones a las circunstancias actuales, llego al mismo resultado que usted alcanzó por una vía más corta. Solo es posible impedir con seguridad las guerras si los hombres se ponen de acuerdo en establecer un poder central, al cual se le conferiría la solución de todos los conflictos de intereses. Esta formulación involucra, sin duda, dos condiciones: la de que sea creada semejante instancia superior, y la de que se le confiera un poderío suficiente. Cualquiera de las dos, por sí sola, no bastaría. Ahora bien: la Liga de las Naciones fue proyectada como una instancia de esta especie, pero no se realizó la segunda condición: no posee poderío autónomo, y únicamente lo obtendría si los miembros de la nueva unidad, los distintos Estados, se la confiriesen. No hay duda que actualmente son muy escasas las probabilidades de que tal cosa suceda. Con todo, se juzgaría mal a la institución de la Liga de las Naciones si no se reconociera que nos encontramos ante un ensayo pocas veces emprendido en la Historia de la Humanidad y quizá jamás intentado en semejante escala. Se trata de una tentativa para ganar, mediante la invocación de ciertas posiciones ideales, la autoridad –es decir, el poder de influir perentoriamente– que en general se desprende del poderío. Hemos visto que una comunidad humana se mantiene unida merced a dos factores: el imperio de la violencia y los lazos afectivos –técnicamente los llamamos “identificaciones”– que ligan a sus miembros. Desapareciendo uno de aquellos, el otro podrá posiblemente mantener unida a la comunidad. Desde luego, las mencionadas ideas solo poseen trascendencia si expresan importantes intereses comunes a todos los individuos. Cabe preguntarse entonces cuál será su fuerza. La Historia nos enseña que pudieron ejercer, en efecto, considerable influencia. Así, por ejemplo, la idea panhelénica, la consciencia de ser superiores a los bárbaros vecinos, idea tan poderosamente expresada en las anfictionías, en los oráculos y en los juegos festivos, fue suficientemente fuerte como para suavizar las costumbres guerreras de los griegos, pero no alcanzó a impedir los conflictos bélicos entre las unidades del pueblo heleno y, lo que es más, tampoco pudo evitar que una ciudad o confederación de ciudades se aliara con el poderoso enemigo persa en perjuicio de un rival. Análogamente, el sentimiento de la comunidad cristiana, sin duda alguna poderoso, no tuvo fuerza suficiente para impedir que durante el Renacimiento pequeños y grandes Estados cristianos solicitaran en sus guerras mutuas el auxilio del Sultán. Tampoco en nuestra época existe una idea a la cual pudiera atribuirse semejante autoridad unificadora. El hecho de que actualmente los ideales nacionales que dominan a los pueblos conducen a un efecto contrario, es demasiado evidente. Ciertas personas predicen que solo la aplicación general de la ideología bolchevique podría poner fin a la guerra, pero seguramente aún nos encontramos hoy muy alejados de este objetivo, y quizá solo podríamos alcanzarlo a través de una terrible guerra civil. Por consiguiente, parece que la tentativa de sustituir el poderío real por el poderío de las ideas está condenada por el momento al fracaso. Se hace un cálculo errado si no se tiene en cuenta que el derecho fue originalmente fuerza bruta y que aún no puede renunciar al apoyo de la fuerza.
Puedo pasar ahora a glosar otra de sus proposiciones. Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los hombres para la guerra, y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción, obra en ellos facilitando ese enardecimiento. Una vez más, no puedo sino compartir sin restricciones su opinión. Nosotros creemos en la existencia de semejante instinto, y precisamente durante los últimos años hemos tratado de estudiar sus manifestaciones. Permítame usted que exponga por ello una parte de la teoría de los instintos a la que hemos llegado en el psicoanálisis después de muchos tanteos y vacilaciones. Nosotros aceptamos que los instintos de los hombres no pertenecen más que a dos categorías: o bien son aquellos que tienden a conservar y a unir –los denominamos “eróticos”, completamente en el sentido del Eros del Symposion platónico, o “sexuales”, ampliando deliberadamente el concepto popular de la sexualidad–, o bien son los instintos que tienden a destruir y a matar: los comprendemos en los términos “instintos de agresión” o “de destrucción”. Como usted advierte, no se trata más que de una transfiguración teórica de la antítesis entre el amor y el odio, universalmente conocida y quizá relacionada primordialmente con aquella otra, entre atracción y repulsión, que desempeña un papel tan importante en el terreno de su ciencia. Llegados aquí, no nos apresuremos a introducir los conceptos estimativos de “bueno” y “malo”. Uno cualquiera de estos instintos es tan imprescindible como el otro, y de su acción conjunta y antagónica surgen las manifestaciones de la vida. Ahora bien: parece que casi nunca puede actuar aisladamente un instinto perteneciente a una de estas especies, pues siempre aparece ligado –como decimos nosotros “fusionado”– con cierto componente originario del otro que modifica su fin y que en ciertas circunstancias es el requisito ineludible para que este fin pueda ser alcanzado. Así, el instinto de conservación, por ejemplo, sin duda es de índole erótica, pero justamente él precisa disponer de la agresión para efectuar su propósito. Análogamente, el instinto del amor objetal necesita un complemento del instinto de posesión para lograr apoderarse de su objeto. La dificultad para aislar en sus manifestaciones ambas clases de instintos es la que durante tanto tiempo nos impidió reconocer su existencia.
Si usted está dispuesto a acompañarme otro trecho en mi camino, se enterará de que los actos humanos aún presentan otra complicación de índole distinta a la anterior. Es sumamente raro que un acto sea obra de una única tendencia instintiva, que por otra parte ya debe estar constituida en sí misma por Eros y destrucción. Por el contrario, generalmente es preciso que coincidan varios motivos de estructura análoga para que la acción sea posible. Uno de sus colegas de usted, un cierto profesor G. Ch. Lichtenberg, que en los tiempos de nuestros clásicos enseñaba física en Göttingen, ya lo sabía, quizá porque era aún más eximio psicólogo que físico. Inventó la “rosa de los móviles”, al escribir: “Los móviles de los actos humanos pueden disponerse como los 32 rumbos de la rosa náutica, y sus nombres se forman de manera análoga; por ejemplo: “pan-pan-gloria, o gloria-gloria-pan”. Por consiguiente, cuando los hombres son incitados a la guerra habrá en ellos gran número de motivos –nobles o bajos, de aquellos que se suele ocultar y de aquellos que no hay reparo en expresar– que responderán afirmativamente; pero no nos proponemos revelarlos todos aquí. Seguramente se encuentra entre ellos el placer de la agresión y de la destrucción: innumerables crueldades de la Historia y de la vida diaria destacan su existencia y su poderío. La fusión de estas tendencias destructivas con otras eróticas e ideales facilita, naturalmente, su satisfacción. A veces, cuando oímos hablar de los horrores de la Historia, nos parece que las motivaciones ideales solo sirvieron de pretexto para los afanes destructivos; en otras ocasiones, por ejemplo frente a las crueldades de la Santa Inquisición, opinamos que los motivos ideales han predominado en la consciencia, suministrándoles los destructivos un refuerzo inconsciente. Ambos mecanismos son posibles.
Temo abusar de su interés, embargado por la prevención de la guerra y no por nuestras teorías. Con todo, quisiera detenerme un instante más en nuestro instinto de destrucción, cuya popularidad de ningún modo corre pareja con su importancia. Sucede que mediante cierto despliegue de especulación hemos llegado a concebir que este instinto obra en todo ser viviente, ocasionando la tendencia de llevarlo a su desintegración, de reducir la vida al estado de la materia inanimada. Merece, pues, en todo sentido la designación de instinto de muerte, mientras que los instintos eróticos representan las tendencias hacia la vida. El instinto de muerte se torna instinto de destrucción cuando, con la ayuda de órganos especiales, es dirigido hacia afuera, hacia los objetos. El ser viviente protege en cierta manera su propia vida destruyendo la vida ajena. Pero una parte del instinto de muerte se mantiene activa en el interior del ser; hemos tratado de explicar gran número de fenómenos normales y patológicos mediante esta interiorización del instinto de destrucción. Hasta hemos cometido la herejía de atribuir el origen de nuestra conciencia moral a tal orientación interior de la agresión. Como usted advierte, el hecho de que este proceso adquiera excesiva magnitud es motivo para preocuparnos; sería directamente nocivo para la salud, mientras que la orientación de dichas energías instintivas hacia la destrucción en el mundo exterior alivia al ser viviente, debe producirle un beneficio. Sirva esto como excusa biológica de todas las tendencias malignas y peligrosas contra las cuales luchamos. No dejemos de reconocer que son más afines a la Naturaleza que nuestra resistencia contra ellas, la cual por otra parte también es preciso explicar. Quizá haya adquirido usted la impresión de que nuestras teorías forman una suerte de mitología, y si así fuese, ni siquiera sería una mitología grata. Pero, ¿acaso no se orientan todas las ciencias de la Naturaleza hacia una mitología de esta clase? ¿Acaso se encuentra usted hoy en la física en distinta situación?
De lo que antecede derivamos para nuestros fines inmediatos la conclusión de que serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del hombre. Dicen que en regiones muy felices de la Tierra, donde la Naturaleza ofrece pródigamente cuanto el hombre necesita para su subsistencia, existen pueblos cuya vida transcurre pacíficamente, entre los cuales se desconoce la fuerza y la agresión. Apenas puedo creerlo, y me gustaría averiguar algo más sobre esos seres dichosos. También los bolcheviques esperan que podrán eliminar la agresión humana asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad. Yo creo que eso es una ilusión. Por ahora están concienzudamente armados y mantienen unidos a sus partidarios, en medida no escasa, por el odio contra todos los ajenos. Por otra parte, como usted mismo advierte, no se trata de eliminar del todo las tendencias agresivas humanas; se puede intentar desviarlas, al punto que no necesiten buscar su expresión en la guerra.
Partiendo de nuestra mitológica teoría de los instintos, hallamos fácilmente una fórmula que contenga los medios indirectos para combatir la guerra. Si la disposición a la guerra es un producto del instinto de destrucción, lo más fácil será apelar al antagonista de ese instinto: al Eros. Todo lo que establezca vínculos afectivos entre los hombres debe actuar contra la guerra. Estos vínculos pueden ser de dos clases. Primero, los lazos análogos a los que nos ligan a los objetos del amor, aunque desprovistos de fines sexuales. El psicoanálisis no precisa avergonzarse de hablar aquí de amor, pues la religión dice también “ama al prójimo como a ti mismo”. Esto es fácil exigirlo, pero difícil cumplirlo. La otra forma de vinculación afectiva es la que se realiza por identificación. Cuando establece importantes elementos comunes entre los hombres, despierta tales sentimientos de comunidad, identificaciones. Sobre ellas se funda en gran parte la estructura de la sociedad humana.
Usted se lamenta de los abusos de la autoridad, y eso me suministra una segunda indicación para la lucha indirecta contra la tendencia a la guerra. El hecho de que los hombres se dividan en dirigentes y dirigidos es una expresión de su desigualdad innata e irremediable. Los subordinados forman la inmensa mayoría, necesitan una autoridad que adopte para ellos las decisiones, a las cuales en general se someten incondicionalmente. Debería añadirse aquí que es preciso poner mayor empeño en educar una capa superior de hombres dotados de pensamiento independiente, inaccesibles a la intimidación, que breguen por la verdad y a los cuales corresponda la dirección de las masas dependientes. No es preciso demostrar que los abusos de los poderes del Estado y la censura del pensamiento por la Iglesia, de ningún modo pueden favorecer esta educación. La situación ideal sería, naturalmente, la de una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida instintiva a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa podría llevar a una unidad tan completa y resistente de los hombres, aunque se renunciara a los lazos afectivos entre ellos. Pero con toda probabilidad esto es una esperanza utópica. Los restantes caminos para evitar indirectamente la guerra son por cierto más accesibles, pero en cambio no prometen un resultado inmediato. Es difícil pensar en molinos que muelen tan despacio que uno se moriría de hambre antes de tener harina.
Como usted ve, no es mucho lo que se logra cuando, tratándose de una tarea práctica y urgente, se acude al teórico alejado del mundo. Será mejor que en cada caso particular se trate de enfrentar el peligro con los recursos de que se disponga en el momento; pero aún quisiera referirme a una cuestión que usted no plantea en su escrito y que me interesa particularmente. ¿Por qué nos indignamos tanto contra la guerra, usted, y yo, y tantos otros? ¿Por qué no la aceptamos como una más entre las muchas dolorosas miserias de la vida? Parece natural; biológicamente bien fundada; prácticamente casi inevitable. No se indigne usted por mi pregunta, pues tratándose de una investigación seguramente se puede adoptar la máscara de una superioridad que en realidad no se posee. La respuesta será que todo hombre tiene derecho a su propia vida; que la guerra destruye vidas humanas llenas de esperanzas; coloca al individuo en situaciones denigrantes; lo obliga a matar a otros, cosa que no quiere hacer; destruye costosos valores materiales, productos del trabajo humano, y mucho más. Además, la guerra en su forma actual ya no ofrece oportunidad para cumplir el antiguo ideal heroico y una guerra futura implicaría la eliminación de uno o quizá de ambos enemigos debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción. Todo eso es verdad y parece tan innegable que uno se asombra al observar que las guerras aún no han sido condenadas por el consejo general de todos los hombres. Sin embargo, es posible discutir algunos de estos puntos. Se podría preguntar si la comunidad no tiene también un derecho a la vida del individuo; además, no se pueden condenar todas las clases de guerras en igual medida; finalmente, mientras existan Estados y naciones que estén dispuestos a la destrucción inescrupulosa de otros, estos otros deberán estar preparados para la guerra. Pero dejaré rápidamente estos temas, pues no es esta la discusión a la cual usted me ha invitado. Quiero dirigirme a otra meta: creo que la causa principal por la que nos alzamos contra la guerra es la de que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque por razones orgánicas debemos serlo. Entonces nos resulta fácil fundar nuestra posición sobre argumentos intelectuales.
Esto seguramente no es comprensible sin una explicación. Yo creo lo siguiente: desde tiempos inmemoriales se desarrolla en la Humanidad el proceso de la evolución cultural. (Yo sé que otros prefieren denominarlo: “civilización”). A este proceso debemos lo mejor que hemos alcanzado, y también buena parte de lo que ocasiona nuestros sufrimientos. Sus causas y sus orígenes son inciertos; su solución, dudosa; algunos de sus rasgos, fácilmente apreciables. Quizá lleve a la desaparición de la especie humana, pues inhibe la función sexual en más de un sentido, y ya hoy las razas incultas y las capas atrasadas de la población se reproducen más rápidamente que las de cultura elevada. Quizá este proceso sea comparable a la domesticación de ciertas especies animales. Sin duda trae consigo modificaciones orgánicas, pero aún no podemos familiarizarnos con la idea de que esta evolución cultural sea un proceso orgánico. Las modificaciones psíquicas que acompañan la evolución cultural son notables e inequívocas. Consisten en un progresivo desplazamiento de los fines instintivos y en una creciente limitación de las tendencias instintivas. Sensaciones que eran placenteras para nuestros antepasados son indiferentes o aun desagradables para nosotros; el hecho de que nuestras exigencias ideales éticas y estéticas se hayan modificado tiene un fundamento orgánico. Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen ser los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que comienza a dominar la vida instintiva, y la interiorización de las tendencias agresivas, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien: las actitudes psíquicas que nos han sido impuestas por el proceso de la cultura son negadas por la guerra en la más violenta forma y por eso nos alzamos contra la guerra: simplemente, no la soportamos más, y no se trata aquí de una aversión intelectual y afectiva, sino que en nosotros, los pacifistas, se agita una intolerancia constitucional, por así decirlo, una idiosincrasia magnificada al máximo. Y parecería que el rebajamiento estético implícito en la guerra contribuye a nuestra rebelión en grado no menor que sus crueldades.
¿Cuánto deberemos esperar hasta que también los demás se tornen pacifistas? Es difícil decirlo, pero quizá no sea una esperanza utópica la de que la influencia de estos dos factores –la actitud cultural y el fundado temor a las consecuencias de la guerra futura– pongan fin a los conflictos bélicos en el curso de un plazo limitado. Nos es imposible adivinar a través de qué caminos o rodeos se logrará este fin. Por ahora solo podemos decirnos: todo lo que impulse la evolución cultural obra contra la guerra.
Lo saludo cordialmente y le ruego me perdone si mi exposición lo ha defraudado. Suyo. Sigmund Freud”.

domingo, 6 de septiembre de 2015

La carta que Einstein escribió a su hija sobre el amor -

Cuando propuse la teoría de la relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad también chocará con la incomprensión y los perjuicios del mundo.
Te pido aun así, que la custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que te explico a continuación.
Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el AMOR.
Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas.
El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El
Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela.
Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor. Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo.
Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E=mc² aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.
Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta.
Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada.
Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida.
Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta!.

Tu padre.

Albert Einstein

Esta es la carta que Albert Einsten le escribió a su hija Lieserl, a la cual nunca conoció, fruto de su relación con Mileva Maric, compañera de estudio de Einsten en 1900:

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